A gamba y a cien,
a luca o a quina lo puede tener.
Por kilo, por pila o por unidad,
fresquito cacera, acérquese, venga a probar
el exquisito elixir,
la mezcla del cielo, la tierra y el mar.
Oh, juguera notable,
he flotado por todas tus calles
en las cuales consigues exprimir con delicioso detalle
la más grande expresión y el más bello de los frutos salvajes:
la humanidad, en una sola y preciosa aleación de manjares,
de olores, colores, sabores, sudores,
texturas y sonoras frescuras.
Humanidad sedienta del jugo abundante
que brota de las manos entrelazadas del trabajo y la tierra.
Ya por Malaquías Concha, ya por Carlos Dittborn,
Las Hortensias o La Marina: portales a otras dimensiones,
aduanas a naciones selváticas, tropicales y exóticas;
mundos estelares, levantados sobre soles ardientes,
calurosos, húmedos y sabrosos;
tanto,
tanto como esos cajones dulces de cerezas,
plátanos, duraznos y manzanos
–‘delicia roja’ le llaman los ‘kapaxianos’– sí;
tanto como esas jugosas naranjas, pepinos y sandías
que reaparecen, migrantes,
como aves multicolores,
como cigarras, como mariposas estivales,
como fuchsias magaellanicas,
como el Halley o el Elenin.
Y así, como estos dos cometas,
una fuerza irresistible, cautivante,
me atrapa y me conduce,
se introduce en mi piel y me seduce,
una hipnosis que penetra mis ojos,
mis narices, mis oídos, me reduce
a la figura de una nube que sube del mar,
que baja desde los cerros y busca respirar,
oír, sentir y observar
esa galaxia divina, la feria;
y sus notas verdes, rojas, blancas, amarillas, marones;
su diversidad, su esplendor, coronas, joyas,
realeza cadenciosa, vapor de mieles,
transubstanciación de manjares angélicos
herederos del viejo Edén.
Todo en tu cuerpo, en tu serpentear,
es un continuo estímulo a los sentidos;
un coctel de placer y rechazo,
fealdad y belleza unidas en armonía. Y en detalles.
ODA A LAS FERIAS LIBRES
RICARDO MALDONADO
POETA POPULAR
Cuando trato de recordar acerca de mi niñez, los recuerdos son cada vez más vagos y confusos. Ya saben, la mente es frágil y el tiempo no pasa en vano. No sabría decir por ejemplo a que edad empecé a caminar, a que edad aprendí a leer, a que edad deje de usar pañales, ni mucho menos a que edad que dije mi primer garabato, lo cual seguramente marca un hito en una persona tan ávida de groserías como yo.
En fin. ¿En que iba?. Ah sí!. Mi niñez!.
Bueno, pese a todo esto uno de los recuerdos que más claramente sale a flote de mi inconsciente, tiene relación con “La Feria, ” y el en esos tiempos ya destartalado carrito de compras, el que hasta el día de hoy vive de jubilado en el antejardín de mi casa.
Esta desagradable autorreferencias sin embargo, no es mera coincidencia, ya que la idea que trato de plasmar apunta a que La Feria ha estado en nuestras vidas desde siempre.
Erase una vez, en que la vida se volcaba de forma íntegra en torno al barrio.
La pichanga, el almacén de la esquina y el vecino sin corazón que no devolvía las pelotas eran parte constitutiva de nuestra vida y de nuestra cotidianidad. Asi mismo las frutas y verduras eran patrimonio exclusivo de la Feria, los abarrotes del Almacén y las carnes y sus derivados de la Carnicería. Punto. Eran los años 80 y al ritmo de los Prisioneros, el mercado minorista de barrio abarcaba un 70% del comercio versus un 30% de los supermercados.
Pero así tal como la vida misma , nada es para siempre y este tipo de economía minorista fue abofeteada por los grandes consorcios empresariales que disfrazados de asexuados elefantes, empáticas Josefinas y la infaltable melodía de “ La Chica de Ipanema” sonando de fondo , llegaron para quedarse hasta el fin de los tiempos. (2012 si todo sale según lo planeado).
Sin embargo y pese al maquiavélico engranaje de estímulos que los supermercados ofrecen , Las Ferias siguen siendo una opción real de alimentación sana, vida republicana y de acercamiento a nuestros orígenes. Lugar en el cual por arte de magia el muchas veces fugaz billete de diez mil pesos, pareciera volver a tener un valor real y significativo.
Es así que con un constante espíritu de modernización las Ferias libres han sabido adaptarse a los nuevos tiempos.
Ya no es extraño encontrar Ferias que ofrezcan sistema de Red Compra, clases de cocina, mini factorías de alimentación saludable e incluso charlas a apoderados de colegios del sector, relativas a alimentación sana de sus hijos. Esto sumado al hecho de que para la Feria conceptos tan diabólicos como la inflación pasan inadvertidos, constituyen un sentimiento de responsabilidad social fuerte y sostenido, algo muy extraño en nuestra linda sociedad de libre mercado, en el que estos conceptos pareciesen ser sacados del más rudo fundamentalismo hippie.
Así mismo conceptos tan abstractos como la seguridad alimentaria cobran claro sentido, remarcando el hecho de que las Ferias junto con mejorar el acceso a alimentos nutritivos y saludables a un precio accesible para el grueso de la población , también ayuda a incrementar los ingresos de pequeños productores que no tienen cabida en el despreciable negocio de las grandes ligas.
Hoy en día y solo en el Gran Santiago, encontramos la no despreciable cifra de 372 ferias libres, repartidas en la gran mayoría de las comunas.
La recuperación de los espacios público a través del salir a las calles, ir a la feria, ir al almacén o simplemente conocer nuestro barrio y a nuestros vecinos (y vecinas), debe ser el pilar fundamental en el renacer de una vida mas sana, mas justa y mas representativa de nuestro pueblo, en el que la Feria cumple un rol protagónico. Como dicen por ahí...Todo tiempo pasado fue mejor.
Que viva la Vida!!!!
Que vivan los Barrios!!!
Larga vida a la Feria!!!!
En fin. ¿En que iba?. Ah sí!. Mi niñez!.
Bueno, pese a todo esto uno de los recuerdos que más claramente sale a flote de mi inconsciente, tiene relación con “La Feria, ” y el en esos tiempos ya destartalado carrito de compras, el que hasta el día de hoy vive de jubilado en el antejardín de mi casa.
Esta desagradable autorreferencias sin embargo, no es mera coincidencia, ya que la idea que trato de plasmar apunta a que La Feria ha estado en nuestras vidas desde siempre.
Erase una vez, en que la vida se volcaba de forma íntegra en torno al barrio.
La pichanga, el almacén de la esquina y el vecino sin corazón que no devolvía las pelotas eran parte constitutiva de nuestra vida y de nuestra cotidianidad. Asi mismo las frutas y verduras eran patrimonio exclusivo de la Feria, los abarrotes del Almacén y las carnes y sus derivados de la Carnicería. Punto. Eran los años 80 y al ritmo de los Prisioneros, el mercado minorista de barrio abarcaba un 70% del comercio versus un 30% de los supermercados.
Pero así tal como la vida misma , nada es para siempre y este tipo de economía minorista fue abofeteada por los grandes consorcios empresariales que disfrazados de asexuados elefantes, empáticas Josefinas y la infaltable melodía de “ La Chica de Ipanema” sonando de fondo , llegaron para quedarse hasta el fin de los tiempos. (2012 si todo sale según lo planeado).
Sin embargo y pese al maquiavélico engranaje de estímulos que los supermercados ofrecen , Las Ferias siguen siendo una opción real de alimentación sana, vida republicana y de acercamiento a nuestros orígenes. Lugar en el cual por arte de magia el muchas veces fugaz billete de diez mil pesos, pareciera volver a tener un valor real y significativo.
Es así que con un constante espíritu de modernización las Ferias libres han sabido adaptarse a los nuevos tiempos.
Ya no es extraño encontrar Ferias que ofrezcan sistema de Red Compra, clases de cocina, mini factorías de alimentación saludable e incluso charlas a apoderados de colegios del sector, relativas a alimentación sana de sus hijos. Esto sumado al hecho de que para la Feria conceptos tan diabólicos como la inflación pasan inadvertidos, constituyen un sentimiento de responsabilidad social fuerte y sostenido, algo muy extraño en nuestra linda sociedad de libre mercado, en el que estos conceptos pareciesen ser sacados del más rudo fundamentalismo hippie.
Así mismo conceptos tan abstractos como la seguridad alimentaria cobran claro sentido, remarcando el hecho de que las Ferias junto con mejorar el acceso a alimentos nutritivos y saludables a un precio accesible para el grueso de la población , también ayuda a incrementar los ingresos de pequeños productores que no tienen cabida en el despreciable negocio de las grandes ligas.
Hoy en día y solo en el Gran Santiago, encontramos la no despreciable cifra de 372 ferias libres, repartidas en la gran mayoría de las comunas.
La recuperación de los espacios público a través del salir a las calles, ir a la feria, ir al almacén o simplemente conocer nuestro barrio y a nuestros vecinos (y vecinas), debe ser el pilar fundamental en el renacer de una vida mas sana, mas justa y mas representativa de nuestro pueblo, en el que la Feria cumple un rol protagónico. Como dicen por ahí...Todo tiempo pasado fue mejor.
Que viva la Vida!!!!
Que vivan los Barrios!!!
Larga vida a la Feria!!!!
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